Brujo

Llovía en Maakun y las gotas producían pequeñas ondas en la superficie del río. La gente volvía a sus casas después de la jornada de trabajo y bajo aquella luz rojiza y moribunda, las ropas negras del brujo parecían una sombra llameante. Llevaba el pelo largo y recogido por debajo del sombrero y la barba un poco desarreglada y miraba el pueblo con ojos grises y cansados.

Desmontó en la puerta de una pequeña taberna, modesta y aparentemente tranquila. Se arregló un poco la capa y se caló el sombrero, cuya ala le daba un aspecto malvado con la sombra que proyectaba en su cara.

Al entrar se quitó el sombrero y examinó a los lugareños, que le miraban con cierta sorpresa. No era común ver un brujo, y muchos menos uno humano, en aquella ciudad, casi todos tomaban la ruta del oeste, hacia los grandes puertos oceánicos del oeste, como Áurea, Úvier o Unzo y el resto se iba al sur, a los puertos élficos de Darmur y Darnís. Pero allí estaba con su negro atuendo y su espada, en Maakun, pueblo de los Roívos, los más destacados inventores de Prima.

- Una copa de vino, por favor.
- ¿En vaso frío o del tiempo? - preguntó el tabernero.
- ¿Disculpe?
- El vaso, señor, lo desea helado o... del tiempo.
El brujo dudó.
- Del tiempo, por favor.

El posadero sirvió una copa de vino y siguió lavando jarras en una cubeta sobre la cual un aparato tubiforme expulsaba agua constantemente. El brujo miraba intrigado, sorprendido, hasta que uno de los hombres se acercó a él.
- Brujo, supongo - empezó.
El brujo lo miró y lo examinó rápidamente. Era un hombre de complexión fuerte y de manos duras y curtidas, con las uñas sucias de tierra. Tal vez un leñador, o un labrador. Asintió.
- ¿Qué trae a uno de los tuyos a este lado de la Gran Montaña?
- La falta de competencia - sonrió el brujo.
El hombre se rió sonoramente.
- Quieres trabajo, entonces.
El brujo asintió nuevamente.
- Un demonio aparece por los alrededores, una vez al mes, a veces dos. ¿Te interesa?
- ¿Un demonio?
- Una criatura que nos acecha y nos devora. ¿Te parece mejor?
- Y queréis que la mate.
- Así es. ¿Cuánto quieres?
- Dependerá del trabajo, de qué sea y de cuán poderoso sea.
- No hay regateo posible, supongo.
- No, no lo hay. Os daré un precio antes de enfrentarme a ella y vosotros veréis si lo aceptáis o no.
- Sea.
- Por el momento quiero hospedaje en la posada.
- ¿Tienes con qué pagarlo?
- Ese será el precio de la evaluación del problema.
- ¿Y si luego decides dejarnos a nuestra suerte?
El brujo sonrió casi malignamente.
- ¿Tan poco te fías de un brujo?

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