Touch - FOX

Admito que tras lo que pasó con Heroes no sé qué me animó a darle una oportunidad a Touch. Supongo que el hecho de que tenía un buen piloto, una fotografía encantadora y una apariencia sencilla me convencieron para ver los siguientes capítulos, en los que la historia, por cierto, se estanca mucho. Demasiado. Dejé la serie. Dos meses después, por alguna razón que ahora mismo no recuerdo, vimos el resto de episodios en los que la serie experimentaba una notable mejora. Tarde lo hacía, en cualquier caso. Muchos espectadores no llegaron a estos episodios y nosotros no tenemos intención de ver la segunda temporada. Lo ha vuelto a hacer, señor Kring; tiene mérito.



Cada parte del mundo, cada individuo y cada objeto están conectados por un patrón matemático que rompe la idea de azar y nos referencia a un concepto cercano al destino. Jake Bohm (David Mazouz) un niño autista que no habla y que no soporta que lo toquen es capaz de ver esos patrones; su padre Martin (Kiefer Sutherland) se siente en el deber de interpretar las señales que le deja, puesto que son su única forma de comunicación, e intenta conseguir que esas cosas... pasen.

Ya está, esa es toda la idea de la serie. Cada capítulo ronda los 43 minutos, presentan un caso totalmente nuevo y Martin Bohm lo resuelve. Hay un par de tramas generales: la de los «poderes» del niño y la de su custodia. La serie no tiene nada más y no lo intenta. Está contenta con lo que ofrece. Ciertamente, para el piloto era suficiente, para el segundo capítulo también... Luego la fórmula quema.

Mucho chill-out y pocas nueces.


Esta serie rehuye del ruido y de las distracciones, camuflándolo todo con música chill out y una apariencia new age que espanta. Me estoy expresando mal. Es bonito, la verdad; es una apariencia bonita, una música bonita... pero es un envoltorio. Touch tiene un envoltorio bonito. De los 12 episodios, más de la mitad son exactamente iguales; así que la fórmula es insostenible.

Hacia el final de la temporada, la trama de la custodia de Jake consigue despegar y pasa a ser uno de los motores de la serie, aunque esta siga centrada en el patrón y en cómo Martin se mete en mil locas aventuras porque su hijo le deja señales.

Estas aventuras resultan demasiado inverosímiles. El padre será mensajero, pero está claro que se emocionó mucho viéndose en 24. Que sí, que es el «destino», ese patrón que lo une, que lo toca todo lo que hace que los planes finalmente salgan adelante... y ahí entramos en otro punto nefasto de la serie.

Mi casa, mis normas.


La serie no tiene el más mínimo sentido en ocasiones y se ampara en el patrón. Para todo. Es como tocar una pared y gritar «¡¡casa!!». Ya está, Kring ha ganado. Acéptalo. Es el patrón, ¿qué le vamos a hacer? El patrón gana. ¿Que lo que pasa no tiene lógica o la suspensión de la incredulidad tiene un límite? No importa. Lo dice el patrón. Y te aguantas.

¿Esto es malo? Bueno, un poco sí; pero voy a ser generoso y voy a aceptar esta, en mi opinión, inmunda premisa. Digamos, pues, que eso no es malo en sí mismo. ¿Qué pasa entonces? Pasa que la serie acaba de condenarse: los capítulos han renunciado a la tensión de la resolución del problema. En todo momento sabemos que las cosas, a grandes rasgos, van a salir bien. Que Martin se quedará con Jake (pase lo que pase), que Martin sobrevivirá a cualquier situación por extrema que esta sea, que cualquier revés de un secundario se corregirá de un modo u otro... y es que Jake ve el patrón. Jake ve todo. Sabe todo. Puede todo.

Jake aburre.

—No pongas esa cara, Jake; hay mucha gente que aburre.

Misión imposible.


Kiefer Sutherland borda el papel. Está intachable, es magnífico. Es duro, sensible, creíble, triste, paternal... es perfecto. David Mazouz es adorable, su papel no es especialmente variado, pero lo que tiene que hacer le queda más o menos bien. Además, la voz con que introduce cada capítulo, llena de frases que hablan de almas que se tocan, de la oscura soledad y la pérdida de lo natural, hacen de esas introducciones algo líricas lo más salvable de la mayoría de capítulos.

¿Pero es que cómo pueden enfrentarse a la sosez de los secundarios? Y no es culpa de Danny Glover ni de Gugu Mbatha-Raw; es que sus personajes no tienen gracia. Aparecen y una y otra vez hacen lo mismo. Son horribles. Los personajes sin relación alguna que pueblan Touch (como las japonesas o los brasileños) aportan mayor interés a la serie que estos secundarios casi protagonistas. Un absoluto fracaso de creación de personajes.

Hacia el final de la temporada (los cuatro últimos episodios) aparece otro personaje interesante, Abraham el judío, muy correctamente interpretado por Bodhi Elfman, sobrino de Danny Elfman; y la serie recobra algo de aire. Eso era todo cuanto necesitaba la serie: aire, nuevos personajes entre los que repartir la carga; pero se los negaron y la serie se asfixió.

A veces sí es demasiado tarde.


La serie, en el último tercio intenta corregir alguno de sus errores más pesados. Intentan dar más peso a las tramas entre capítulos, intentan meter personajes con carisma y avanzar en alguno de los misterios (lo relacionado con la secuencia Amelia, fundamentalmente), pero ya es tarde. El animal que era Touch llevaba meses agonizando.

Por mi parte, al menos, solo han conseguido que no acabase la temporada con horror absoluto, sino con la sensación de que, al menos, era una mediocridad visible.

Y os dejamos con la intro, que es de lo mejor de la serie.


Nota: 5. La serie no es malísima, aunque creo que con la reseña sí lo parece. La serie está mal hecha, que es distinto. La idea podría estar bastante bien, los personajes podrían estar bastante bien; quizá si se hubiesen animado antes a meterse de lleno en las historias de la serie en vez de construir un abstracto mundillo de almas que se acarician y personajes que parecen completamente desligados hubiera estado mejor. Al final se queda en eso, una serie absolutamente prescindible.

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